¡Hemos estado tanto tiempo mirándonos a nosotros mismos.! Metidos en el interior del calcetín de nuestra historia rellenamos hileras y estantes de bibliotecas, sobre nuestras islas, creyéndonos así el centro del mundo.
Pero un día le dí la vuelta al calcetín insular. Quise ver el exterior, el entorno, el otro lado.
Las islas nos aíslan del exterior. Pero...¡hasta qué punto!. Hay un aislamiento territorial, físico, un mar que nos separa. Pero más dramático aun es el aislamiento cultural, el de la ausencia absoluta de conocimiento de nuestro entorno, el de la negación a conocer esa vecindad africana.
Un día abrí una pequeña ventana a ese exterior. Y escribí a un forestal canadiense preguntándole, solicitándole, información sobre los bosques marroquíes. La respuesta que llegó de tan lejos fue contundente: “Estimado colega: Creo que está Usted en mejor situación geográfica que yo para conocer de los bosques marroquíes.”
Pero, sin embargo, desde Canarias, la información es escasa o nula. Nuestras más prestigiosas revistas de botánica, se concentran al 99 % en la flora insular y no llegan al 1 % los artículos específicos en ellas sobre flora o vegetación de Marruecos ó el Sáhara. La distancia geográfica es mínima pero la cultural se ha ido agrandando con los tiempos. Vinculados en origen con sus antepasados, el recelo al moro y a su cultura, es como el lado oscuro de nosotros mismos, y aún predomina una tradición colonialista que nos quiere hacer sentir geográficamente más cerca de la Sierra de Madrid que del Macizo del Anti-Atlas, más cerca de las dunas de Doñana que de las del Aaiún.
Por mi parte, al menos, he conseguido ver el mundo insular desde el otro lado del calcetín. Ya conozco vecinos de Zagora que tienen familiares trabajando en Puerto Rico, he pisado cardonales en Agadir que son primos hermanos de los de Jandía, he visto heliantemos que creía exclusivos de Canarias, ramoneados por rebaños de camellos y cabras en las continentales llanuras de Ouarzazate, he enseñado a chiquillos marroquies a la sombra de la Kasbah de Ait-Ben-Hadou a construir barquitos de vapor con hojas de Arundo donax..
Por fin... ¡¡descubrí África¡¡.
Toda la razón, jamás nos hemos sentido africanos, a pesar de estar a un tiro de piedra del continente y por desgracia aún recelamos de nuestros vecinos, bien es cierto que algunas de las intenciones del vecino no son muy amistosa.
ResponderEliminarPero nuestros ancestros vienen de África y alguna vez tendremos que mirarla sin aires de superioridad.
Preciosa foto del niño con los barcos, explica un día como se hacen, no podemos perder parte de nuestra cultura, que también es africana.