domingo, 7 de febrero de 2010

15. UN HUMILDE GERANIO.


Se ha quedado allí después de que todos ya se han ido.
La casa ya es vieja, se cae la cal, las tejas ya no se arreglan.
Todos se fueron a la costa, a trabajar, en un bar, la construcción o un taxi.
Ya solo suben a recoger naranjas o ciruelas.
Se abren las puertas a trompicones y se vuelven a cerrar el domingo por la tarde.
Pero él permanece allí. Al lado de la puerta del dormitorio principal.
Es la nota de color en un paisaje duro.
Resiste días sin agua, sigue alegrando el alma del caminante ocasional.
En su día y hoy igual aleja con su olor ( ¿o con su color?) a los mosquitos.
Cuando los días se hacían difíciles, el rojo del humilde geranio animaba a los medianeros, a los sirvientes de los grandes señores de las haciendas insulares, encendiendo algún que otro espíritu revolucionario, algún que otro motín por hambre de nuestros paisanos añejos.
Mi abuela Expedita cuidaba a sus geranios, delante de su cueva allá en El Tablero, igual que hacían todas las familias desperdigadas por las medianías de Doramas.
Este geranio, resiste aún en un caserío del otro lado de la isla, en Las Tederas, bajo la sombra del pinar de Pilancones.
Merece nuestro homenaje y nuestro respeto.

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