domingo, 7 de febrero de 2010

41.LAS CABRAS DEL ABUELO.


El nieto la observa, entre sorprendido e inquisidor.
El abuelo la vigila:
¡Al loro, cabra, que es mi nieto!.
Son las cabras del abuelo.
Siempre hubo una o dos. A veces tres.
Han estado allí toda la vida. Son el entretenimiento, la supervivencia, la conversación, la leche con nata, el suero, el tabefe, los baifos, el zurrón...
Alrededor de ellas se organizan los días, las horas del abuelo, sus salidas ( “me voy a segar un puño tregolina pa las cabras.”), las tardes de la abuela, ( “¿Ordeñaste?. Me voy a hacer el queso”.)
También, a su alrededor, se organiza el ciclo de los cultivos, acompasando el estiércol acumulado con la llegada de las estaciones, esparciéndolo sobre la cadena, abonándola..
Y, después de visitar al “macho", si hay suerte, vienen los baifos..
Aquellos que sobreviven, los menos, y los otros, aquellos de los que sólo queda la pezuña amarrada a una rama del naranjero y del que siempre, el abuelo abusa contigo y tu cultura ñanga de ciudad, y sonriente e irónico, te pasa el cuchillo para que vayas tú a “prepararlo”...
Cabras, como éstas del abuelo, personalizadas, únicas y exclusivas, familiares, viajaron desde las medianías a las azoteas de Schamman o a las zafras del Sur, alimentando los primeros pasos extraños en otra tierra de muchos forzados emigrantes insulares.
Aún retengo la vivida imagen, de uno de esos telediarios cuando la guerra de Los Balcanes, de una viejecita, pequeña, flaca, con el pañuelo negro anudado en la cabeza, huyendo por aquellas veredas llenas de gente, escapando de las masacres bosnias o serbias ( ¿qué más da? ) llevando, abrazada, apretada contra su pecho, a su cabra, como única tabla de salvación frente a la maldita barbarie de los hombres.

(Fuente: Archivo Fotográfico Familiar de Leticia Rodriguez Delgado)

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