Hoy es un paisaje domesticado.
Cada parcela tiene su nombre y apellido.
Están las de Juan el de Román, la de Félix y sus hijos, la de Eduardo, la “joya” de Mario, la de Neno,...
Todas ellas producen y mutan al ritmo de las estaciones y del esfuerzo humano.
Ciclos productivos que dan papas, millos, tomates, habichuelas, cañas, lagumes, forrajes, eucaliptos..
A su vera se crían pequeños ganados y se multiplican, salvajes, conejos y tórtolas, mirlos y capirotes, cernícalos y ratones..
Pero, también, en medio de esta labor, continua y constante, hay parcelas que ya son del bosque agazapado.
Son criaderos de zarzas y brezos, de laureles y fayas.
Allí ya campan otros nombres. Ya el dueño no está. O no viene. O no puede ya cultivar.
Y el Bosque de Doramas, como los gatos cuando salen de caza, recupera sus viejos instintos de regeneración.
Igual que dentro de cada gato aún existe el alma cazadora del tigre, en cada parcela abandonada crece el fiero deseo del bosque de volver a ocupar, a verdear, a sellar de árboles, de arbustos, hierbas y enredaderas, este paisaje.
Hasta el siglo XV, era su dominio.
Hoy, agazapado, sin prisas, espera de nuevo su oportunidad.
Aquí y allá, pequeños músculos de bosque se ejercitan, estiran y esperan su momento.
Seguro que volverán a ser los dueños, los señores, de estas hoy labradas medianías grancanarias.
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