lunes, 7 de agosto de 2017

185. ÁRBOLES EN LA CIUDAD SOÑADA

La ciudad de nuestros sueños ya ha existido. Como dijera Italo Calvino, fue una ciudad invisible para muchos, que la destruyeron sin saber ni reconocer lo que perdían y lo que perdimos todos.
La ciudad soñada fue un campo arbolado y agrícola donde se recrearon jardines y plantaron especies de otros mundos. Antes de Los Arenales de Santa Catalina, del Lomo Apolinario, las huertas de Tamaraceite y las vegas de Las Palmas engendraron hermosos árboles que hoy serían más que centenarios y harian de un barrio moderno un paisaje social con verdor clásico. Pero el urbanismo no supo integrar en el necesario crecimiento de los 70 y 80 aquellos paisajes agrarios de nuestra ciudad soñada.
Lo rural y lo urbano iban en ella de la mano. Crecieron nuestros barrios acogiendo a inmigrantes expulsados del interior de las islas por la escasez económica, las penurias climáticas y la exigencia de buscar nuevos servicios y equipamientos, allá donde habitaba una sociedad más culta y civilizada.
Por eso, los que afincaban en la ciudad soñada, desde La Isleta a Schamann, se miraban en aquel trozo de añoranza rural que eran las grandes fincas de plataneras, las huertas y valles palmenses, donde refulgian al cielo verdes palmeras, exóticos aguacateros y añejos laureles de indias y eucaliptos. Pero en aquella ciudad soñada ya no habitaba el ilustrado Mesa y López o el erudito Leopoldo Matos o el alegre Franito....
Confundió crecimiento con arrasamiento y no integró arbolado con urbanización. Honrosas son las excepciones, como estos cuatro laureles de Indias de la urbanización Miller Bajo, que provienen de la vieja plaza de una antígua casa agrícola, hoy en día rodeados por edificios singulares de más altura.
Hileras de palmas, paseos de sombra de las antiguas haciendas, desde Tamaraceite a El Zardo, desde la vega de Las Rehoyas a la de la Ballena, que hoy serían avenidas gloriosas de valor turístico añejo no tuvieron su misma suerte. Se fueron, sepultados por calles de asfalto y urbanismo díscolo, que no vieron la ciudad soñada que tenian delante.

El árbol de la ciudad soñada, aquel que ya desapareció, forma parte de ese Des-Catálogo gris de la ciudad actual donde, quizás, ya el mayor problema para la convivencia ciudadana no sea el vegetal. Será el bioindicador de una época perdida, de una arquitectura insensible, que dibujó el territorio con la rigidez del tiralineas, sin la imaginación poderosa de la curva y el borde sinuoso, de la fácil integración de la vida ya hecha.

Añoramos hoy aquellos árboles de la ciudad soñada... Y volvemos a despertar. Que los que hoy nos quedan no sean añoranza del mañana.
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