domingo, 7 de febrero de 2010
32. SEMILLAS, PROMESA DE REGENERACIÓN DE UN BOSQUE PERDIDO.
Pero, además de disfrutar del paisaje de Cofete, estábamos allí para trabajar.
Stephan Scholz, mi compañero de carrera, botánico como yo, corre tras sus sueños de conservación en estos riscos majoreros desde hace más de 15 años.
Esta vez su objetivo era conseguir semillas de Rhamnus crenulata, un arbusto achaparrado, pegado a las paredes basálticas del Macizo de Jandia, adornadas de líquenes crustáceos de tonos blancos y formas geométricas variadas.
Es un arbusto pequeño, que vive (o quizás debiéramos decir malvive..) colgado del risco, en una hendidura, con ramas tortuosas, fracturadas y divaricadas, con hojas minúsculas y aserradas, esparcidas sobre unas ramillas débiles y pegadas como lapas al risco, puestas allí por la fuerza del viento que no les permite expandirse y gozar del espacio conformando un árbol como debía ser, un árbol de los que cuentan las crónicas existieron antes en esta isla de nombre Herbania.
Su color verde crema contrasta con el fondo blanco del tapiz de líquenes. En las ramas más altas, las más alejadas del anden, unos frutos color rojo oscuro, junto a otros aun verdes, destacan sobre el fondo.
Esto es lo que busca Stephan.
Cada pequeño fruto alberga 2 o 3 semillas de esta reliquia vegetal. Ya lo ha intentado otras veces pero no ha conseguido que germinen. Ahora prueba en estas fechas..
Se encarama al risco, amarrándose a las fisuras de las rocas; debajo de él, los andenes del Morro del Cavadero caen en escalinata hacia los coluviones de Cofete.
No alcanza a ellas.
Se yergue de nuevo. Consigue llegar a una ramilla fructificada y Oh , sorpresa.. se las acerca a la boca y ...
“¿Qué haces, Stephan, te las vas a comer?..”.
No, Sthepan Scholz, como si de una cabra reforestadora se tratase ha ido, ayudándose de sus labios, almacenando en su boca los escasos frutos maduros que en este verano ha conseguido producir este esquelético y relictico ejemplar accesible del espino negro de Jandia.
Ya en su mano, 10-12 frutos de espino almacenan en su interior una promesa de regeneración de un bosque pretérito perdido en la historia majorera.
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