Siempre hemos asociado al volcán con destrucción y muerte. Pero cuando llega la calma, cuando se enfría su magma interno, se convierten en acogedores refugios de cientos de animales, de padres y crías, de sonidos de vida.
Vuelos y algarabías nocturnas de pardelas, escandalosos griteríos de gaviotas, tímidos piares de petreles y paiños de Bulwer, aguerridos halcones peregrinos y aguilillas, escurridizas aletas, majestuosas y señoriales águilas pescadoras, conviven al unísono en un mismo entorno.
Este conjunto de islas jóvenes, volcanes apagados en el océano, aparecen como castillos aislados, atalayas desde donde otear los riesgos, refugios alejados de fuentes de peligros, con numerosas oquedades y cuevas donde criar y procrear, con abundantes recursos en un circundante mar generoso para sobrevivir.
El Archipiélago Chinijo, originariamente volcanes en su interior, lo conforman sin embargo un pequeño conjunto de verdaderos corazones palpitantes de vida cuya protección debe ser una de las prioridades de la política de conservación de Canarias.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario