domingo, 7 de febrero de 2010

31. AJUÍ, LA MADRE DEL AGUA.


El medianero, el que cuidaba esta hacienda en el barranco de Ajuí, está sentado, encorvado, viejo ya, mirando la desolación que le rodea.
Las tierras que cultivó se la lleva el barranco al mar, las palmeras de dátiles dulces, se secan y solo quedan sus troncos al aire, sin penachos de hojas verdes y relucientes.
La casa que antes fue mansión es hoy alpendre de cabras, nido de ratas. La maquinaria que ayudaba en la agricultura está oxidada y abandonada detrás de los almacenes.
El viejo trabajador mira para nosotros, turistas de carretera, que sacamos fotos a un paisaje ruinoso.
¡Si pudiesen sacar fotos, reproducir en el aire las imágenes que recrea en su mente!
Este paisaje, ahora decrépito y mortuorio, fue un vergel.
Cultivos de alfalfa, trigos, millos, palmeras, hacienda, familias, vivían felices al amparo de la madre, el agua.
Porque La Madre del Agua está allí.
Bajo sus pies.
Escondido, a escasos metros, un río subterráneo de la beneficiosa agua discurre hacia el mar.
Las palomas del valle lo saben y tienen sus nidos en el cercano pozo, hoy abandonado, que antes elevaba el agua para todos y que hoy es solo el tesoro de las palomas, de los horneros, de los alcaudones, para sobrevivir.
Sin la ayuda del hombre, el agua corre escondida y fugaz a mezclarse con su hermana salada del litoral.
¡Con que poco esfuerzo, este Valle de Ajui podría volver a ser un vergel!.
Pero ¡ él ya está viejo para intentarlo.!
Y nadie viene a escuchar sus enseñanzas.
Los isleños de hoy nos conformamos con la cáscara vacía de una foto sacada desde el otro lado de la carretera.

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