Las islas siempre convivieron con los alisios. Las caricias de este viento panzón y calmo han ribeteado y jugado con ellas desde su nacimiento. Riscos de Jandia, la humedad del Garajonay, el manto blanco que cubre La Orotava son parte de sus manifestaciones más ligadas a nuestros paisajes.
Las nubes blancas y algodonosas del alisio dibujan sobre Canarias la copia del mar, el reflejo de sus olas se puede ver en los cielos de Canarias.
Hijo del mar, el alisio da vueltas y vueltas sin fin en el Atlántico, siempre rodando sobre sí mismo desde hace millones de años. Recorriendo sus bordes, subiendo por las Antillas y el Caribe hacia los fríos polares, acompaña en su juego a las corrientes marinas y se nutre de su evaporación cargándose y cargándose de humedad hasta romper en forma de nube sobre los riscos de las islas atlánticas.
El alisio quizás no se dejaría ver si no existiesen las islas.
Como un fantasma incorpóreo corre y corre jugando con el mar, formando tormentas, calmos vientos hasta que toma corporeidad en las islas. En sus riscos, contra sus farallones.
Y se hace música, el sonido del alisio se puede escuchar desde la isla de Corvo en las Azores, ululando en la Caldera del Infierno, hasta en los movimientos de los árboles del Garajonay en la Gomera o entre los Riscos de Chapín en Tejeda...
El alisio jugó en su día con los navegantes portugueses y españoles que se atrevieron a adentrarse en el oscuro y lóbrego Atlántico. Fieles a sus brisas, los desplazó hacia el sur desde las costas de Iberia, haciéndoles bordear los tenebrosos farallones rocosos de los mares del litoral africano y desde allí los catapultó hacia las profundidades oscuras, hacia el otro borde del arcaico continente prehistórico de Pangea, hacia las Américas aun ignotas.
En su encuentro con las islas, los alisios suenan, silban, resoplan, hacen cabriolas, aparecen y desaparecen se hacen garuja, bruma, chipi-chipi, maleza, siesne-siesne, relente, enchumbada, llovizna...
El hombre insular cuando arrecia el alisio se vuelve melancólico, se arruga, se cubre con el saco, agacha la cabeza, presagiando entre la niebla lo desconocido, el silencio del bosque, la llegada de los espíritus..
El alisio en Canarias se vuelve magia y coge la fuerza de lo extraño.
Por eso los insulares lo ven con mal ojo, es la maleza de tiempo de las medianías, es el chipichipi, es el cobijo debajo del alpende, es los pies enchumbados por el relente, es la hierba mojada y remojada...
El alisio abraza a las islas con sus fláccidos ribeteos de nube, dibujando su topografía, arrebolándose entre los veriles de los acantilados y surfeando con los riscos del interior, atravesando los pinares y los bosques, penetrando en lo impenetrable haciendo los nortes insulares sombríos y míticos, alegóricos y somnolientos,..
Y cuando llega al sur, cuando tropieza con el calor del sur vuelve a hacerse fantástico, desaparece, se transforma en jirones y se hace fresco y se va, volviendo a recorrer kilómetros de mar hasta la siguiente isla atlántica que lo acoja.
En el continente el alisio se vuelve oveja, redondel algodonoso que pasa sobre el desierto, mirado envidioso y esperanzado por el hombre que lo ve allá arriba pasar sin dejarse escuchar, sin dejarse tocar, sin hacerse bueno y remojar a los hombres del desierto.
Porque alisio es también vida. Es salud ambiental. Es manantial y caidero. Es lluvia horizontal. Es acuífero y recarga.
Y sobre todo es cambio. Es estación, es circulo de la vida, es continuidad en el espacio y en el tiempo. Es la seguridad de la vuelta a lo cotidiano. Es comprobar que la tierra sigue su giro.
Los marineros aprendieron a conocer este viento. Y cuando los conocieron se aseguraron la vuelta a casa, que siempre habría una vuelta. Adentrarse mas allá de las Columnas de Hércules fue posible cuando los portugueses y españoles le cogieron la vuelta a los alisios.
También es la magia de lo natural. Tan pronto lo ves como no lo ves. Lo sientes pero ya no esta.
Al amparo de los alisios, la vida se hace forma en las islas del Atlántico. Por mar, las corrientes marinas recogen vida en las América y la traen a los archipiélagos atlánticos. Tortugas que nacen en el Caribe, se acercan a Canarias y a Cabo Verde, pardelas que crían en los riscos insulares se van en otra época del año de la mano de sus vientos hacia otras tierras americanas.
Soplos de vida animal, insectos, semillas aladas recorren el Atlántico suspendido en sus brazos y han traído gérmenes que en las islas han criado han evolucionado.
Hoy en día sabemos que el poleo de nuestras madres tiene parientes en América, que nuestros veroles y bejeques tienen algún ancestro americano, algún ancestro del continente Pangea que fue separado y partido en dos en alguno de los cataclismos de la historia geológica de la tierra.
domingo, 7 de febrero de 2010
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