domingo, 7 de febrero de 2010

23. AURELIO, EL DEL SAO.


Tuvo a su cargo, hasta los 11 años, la yunta de vacas, los dos o tres becerros, las cinco cabras y una oveja.
Vive en lo más profundo del barranco de Agaete, frente al Macizo de Tamadaba, por arriba de Los Berrazales, en El Sao.
Su casa está colgada en los coluviones debajo Montaña Gorda, con sus veriles y andenes siempre amenazadores sobre su cabeza.
“Algún día, ese risco de ahí se vendrá abajo.”
Frente de su casa, caen los caideros de agua, hoy ya secos, que bajan desde Fagajesto, de Barranco Hondo, del Hornillo, mostrando allá en lo mas alto los pastos resecos donde campean los rebaños de ovejas, y más abajo, los andenes inaccesibles con algún laurel, higueras y manchas verdeantes aquí y allá de quien sabe que árbol o arbusto. Entre ellos, vuelan tres aguilillas haciendo cabriolas con el viento.
Pero ¿ donde está el sao?.
Este árbol canario, sinónimo de caideros húmedos, de nacientes sonoros, de aguas corrientes, da nombre al lugar por su antigua abundancia. Hoy, sólo algunos verdean en alguno de los remansos de los caideros.
Porque ya las aguas se fueron. Quedan las madres del agua, un filón naciente pegado a un almagre inclinado donde aún se recoge un remanente de agua que daría aún, si hubiese gente dispuesta, para volver a cultivar estas cadenas aterrazadas a sudor, levantadas en la base de estos riscos.
Antes vivían aquí 11 familias, cuidaban vacas y cabras, recogían frutas y verdes, tantos que se podían recorrer tramos del barranco saltando de higuera en higuera, las ñameras cubrían las laderas húmedas hoy llenas de cañas. En los buenos tiempos había tantas en El Sao que, cuando corrían los barrancos destrozándolo todo a su paso, los vecinos de Agaete iban a la orilla del mar a recoger, entre los arrastres, los ñames arrancados allá arriba, algunos de más de 5 kilos.
También quedan las huellas de 3 molinos de agua, con las muelas y las ruedas abandonadas en el borde del camino, molinos que cuando la guerra mataron el hambre de mucha gente que venían a moler a a ellos desde El Hornillo, Candelaria, Lugarejo, Barranco Hondo, El Valle, Caidero...
Mientras recogemos ciruelas, higos y tunos blancos, Aurelio recrea el paisaje de su niñez y observa como las cañas, la maleza, las zarzas, la sequía lo dominan y transforman todo.
Pero la historia natural de El Sao continua. Hoy hemos salido de excursión con nuestros hijos y a la par que el paisaje de la tradición cobraba fuerza el valor de esta naturaleza nuestra, su geología, su flora, su fauna exclusiva..Y, como para reafirmar sus historias aún escondidas, de vuelta a casa, sobre una tabaiba amarga ya reseca, tropezamos con la señora Acrostira y uno de sus maridos. Aurelio nunca antes había visto a este críptico y camuflado vecino. Este enorme saltamontes sin alas añadía, con su presencia a este lado de la isla, un nuevo valor biogeográfico a los que ya contaba este recóndito lugar de Gran Canaria.

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