domingo, 8 de abril de 2012

154. Remedios contra la melancolía.

Repaso la excursión de este finde escuchando unas nostálgicas melodías familiares.
Mis  imágenes de estos días van y vienen al ritmo de la música.
 Amenazaba lluvia por el oeste, allá desde Tenerife.
Sobre una caléndula una pareja de enamorados Psilothrix viridiocoerulae  se extasiaban ausentes ante la presencia de un “voyeur” indiscreto sobre una lígula.
Más allá las retamas amarillas desprendían su aromático olor que se esparcía por lo que será en el futuro el Parque Ambiental de Las Cumbres de Artenara.
 Las nubes daban al Nublo su nombre, llegando desde Ayacata. Y, allá en Tamadaba, se recortaban contra el campanario de la iglesia de Juncalillo.
Los poleos crecen sin problema entre escobones y retamas en Montaña de Las Indias. Pero no aparece La Ruda; otro fitónimo mal ubicado. Hormigas hacendosas barruntan la llegada de la lluvia y trajinan veloces llevando granos a su agujero y sembrando de sendas estos secos pastos de La Vega.
Un pastor lleva el rebaño por La Cañada,  paseándolas al lado de una de las eras de esta vega más bellas que conozco. Más aún a la luz de este atardecer de abril.
Al final del día, encuentro una florida chupamiel – Anchusa azuraea-  que, haciendo caso al Dioscórides Renovado:

 “Sus azules florecitas, con aguardiente y azúcar fortifican el corazón y vuelven alegres a los hombres melancólicos.”

me servirá, para ahogar la melancolía de este día y tener un fugaz regocijo al atardecer.

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