En la palma de la mano.
Muchas de mis historias naturales caben en el diminuto y acogedor espacio de una mano humana.
Son de seres mínimos, pequeños, gnomos encantadores que sobreviven en un país donde campan gigantes torpes que avanzan a trompicones, destrozándolo todo con sus torpes pasos.
¿Y si fuésemos nosotros los diminutos? Si el juego de las perspectivas no engañase, les aseguro que no duraría nada entre esas enormes dunas y ese señor gigante, bigotudo y medio calvo ya.
Salvo que su bondad fuese pareja a su tamaño y a su sonrisa, salvo que el alma de esos gigantes tuviese vínculos de amor con los diminutos. Igual que mi amigo Juanky y yo nos queremos en medio de nuestras diferencias.
Por eso, mis historias naturales quieren ayudar a crear esos vínculos de amor entre seres distintos que comparten el mismo mundo en dos escalas distintas.
Somos egoístas, los humanos queremos y creemos que el mundo está hecho a la medida de nuestras necesidades.
Y eso es cierto. Pero hay principios elementales como son el respeto a lo creado, a la evolución, a la coevolución con el resto de especies, de esta era del planeta Tierra.En nuestras islas, cientos de historias se oyen cada día si uno aprende a escucharlas, desde nuestras playas a nuestros malpaises, desde nuestros matorrales a nuestros bosques, desde nuestros campos cultivados a nuestras ciudades.
Son rumores de leyendas algunas veces, historias simpáticas otras, dramas diarios en algunos casos.
Pero son murmullos continuos, zumbantes como enjambres de abejas alrededor de nosotros, que deben continuar oyéndose después de nuestro paso.
Mis hijos escuchan las historias que les cuento.
Quizás de esta educación salga su capacidad para convivir de un modo diferente al nuestro con el mundo insular del futuro que les tocará compartir.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
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