Llevo un tiempo con
rituales de viejo. Me levanto en la noche. Me desvelo. No consigo
frenar mi cabeza merodeando por todas sus esquinas. Salto del trabajo
actual a mi adolescencia. De las reuniones a las excursiones. De los
árboles urbanos a las estelas de Amurga.
Del lugar de Coruña al
que aún no he llegado. De esa quimera de planta azul esperando en un
cabuco umbrío bajo laureles. También recorro mentalmente el sendero
hacia el Risco de Los Dragos en Tenteniguada. Y me revuelvo pensando
en esa reunión fallida con el obispo para salvar cinco palmeras
canarias.
Todo se junta y arremolina
y no me permite descansar. Todas las metas, los objetivos, los
imposibles, me envuelven y agotan sin poder ponerles freno.
Acallarlos y dormir. Descansar mentalmente. Anular esa máquina de
producir pensamientos que no para. Lo intento pasando a este papel
todas esas ideas volanderas, zumbidos de mosquitos que se acercan y
se retiran al ritmo de alas ruidosas y molestonas.
Fe y deseo. Intento de
ascender montañas que siempre me hacen regresar al fondo de la
ladera. Como Sísifo, subiendo con esta carga y no llegando nunca a
la cima. De vuelta al principio, nuevas metas, nuevas derivas
cartográficas que cambian mi rumbo mental. Perdido entre laberintos
de propósitos, esperando una salida liberadora. Como un ratón o una
musaraña elefante recorriendo sus caminos, sus madrigueras, paseando
por su túneles, tocando y revisando cada rincón de su guarida. Como
un topo cegato, pendiente siempre de lo que tocan sus sensibles
bigotes, sin ver, al tacto, imparable y alerta. Pero siempre metido
en su escondrijo.
Recorro mis estanterías
de información, reabro libros y libretas. Busco entre apuntes y
fotos. Regreso adonde ya estuve antes. Nunca seguro de haberlo visto
todo, de haber captado lo esencial. Pasando por lugares donde ya
estuve y parecerme nuevos. Paisajes que absorbí se desvanecieron. Y
vuelvo a ellos como si fuese la primera vez.
Colibrí imparable e
inquieto. Buscando nuevas flores. Repetitivo y tenaz. Impulsado por
una angustia de encuentros que parece que nunca son los que querías.
Todos los hallazgos abren nuevas puertas. Dudas que traen otras.
Nudos desandados que vuelven a enredarse. De vueltas sobre mi mismo.
Como un derviche. Sin dar un paso y con el mundo girando a mi
alrededor.
¿ Para cuándo dejaré de
ser el centro? ¿ Para cuándo un horizonte que me espere y me llame,
con paz y paciencia?
Quiero vaciarme de todos
estos pensamientos. Anular esta máquina insaciable que pide y pide
más. De paisajes de antes a expectativas de paisajes. De proyectos
pasados a los inacabados. Y aún a los que están por empezar.
Odiando el método, la regularidad, la disciplina, el academicismo.
Tan solo saltar de flor en flor, de día en día, de hora en hora,
sin rumbo ni control. Desafiando a esa necesidad de frenar, de parar,
de escuchar el silencio de los motores mentales.
Como aquella silenciosa y
pacífica nave donde HAL 2000 se atormentaba mientras cruzaba
espacios inmensos, negros y vacíos, sin gravedad ni luz.
¿Cuándo parará este
maelstrom que me engulle todos los días?...
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