Son muchas las historias naturales que no llegan a nacer.
Se quedan en una imagen, un flashazo archivado en una carpeta de una excursión.
Pero muchas de ellas merecieron ser vistas.
Por eso después de releer este texto de Historias Naturales de Jules Renard las saco a la luz.
Como aquel rebaño de cabras que cuida Eliu, un joven senegalés, en los llanos de Palomino.
O la concha semienterrada entre gravas en Arguineguin
O la nube solitaria que permaneció posada sobre La Isleta como si quisiera arrastrarlas hacia el cielo.
O las dendritas de piroluxita, esos depósitos de manganeso que se observan en muchas lajas del Sur y que asemejan a helechos fosilizados..
O la Chrocothemis esa libélula coqueta que se dejo fotografiar desde todos los ángulos deseosa de ser estrella de alguna de estas historias.
Al igual que esa tabaiba dulce con aspiraciones a estatua de Botero, que se solea en los riscos de Guayedra
O ese tomillo abrazado a su pareja de piedra como si fuesen uno
O la fuerza del viento desmenuzando y tafonizando riscos
O esas piedras redibujadas a trazos que podrían muy bien decorar un centro de una gran mesa de oficina.
O tantas otras que siguen ahí, dormidas, esperando ser vistas algún día.
plas, plas, plas...
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