viernes, 31 de agosto de 2018

187. Un paseo matinal :ciudad desde las alturas

"Las Palmas es una de aquellas ciudades que, gracias a las alturas que la rodena, puede contemplarse a si misma. Rubió i Tuduri, 1953"
La Ciudad desde la altura. Vista sobre Las Palmas desde San Nicolás. La Ciudad del Mar parecen las almenas de una muralla defensiva. Jennifer López te sonrie desde el Círculo Mercantil adosada a una aracuaria gigantesca. Mercurio, un orondo gato blanco, observa tu presencia como la de un extraño en su paraiso. Bien decia Italo Calvino que la ciudad de los gatos y la ciudad de los hombres están una dentro de la otra pero no son la misma ciudad. 
Sobre las torres de la Catedral, entre la niebla marina matinal, restallan como máquinas infernales las petroleras imágenes de los barcos de exploración.

Escalinatas con sabor a cuadros de Néstor de la Torre te elevan sobre el plano topográfico de la ciudad baja. Asciendes en busca de una buganvilla florecida que te atrae como a un insecto más . El verde de tres árboles rompe la colorida morfología construida que te rodea.

Destellos de azoteas, aún recubiertas de escarcha matinal, te devuelven sus reflejos. La luz nítida y luminosa de esta mañana de agosto te deslumbra.El Risco te atrae y te inquieta. Cuando subes te tranquiliza su silencio. Poco a poco, te gana su embrujo.
La anatomía de tu ciudad se te muestra como en un plano. Y las perspectivas del urbanismo te reubican. Inmensas moles de barrios urbanos se te muestran y se explican en sus espacios vacíos, en sus mallas de calles. En su ocupación de la altura, elevándose cada vez más en el paisaje.
El paseo se desborda alrededor del Castillo de San Francisco. De propiedad municipal, puedes acceder a él desde una soga de piratas colgada en uno de sus muros. Delante hacia el noreste las laderas del barranquillo de Mata aun guardan algunas  tabaibas salvajes. Relictos de un paisaje donde el cemento se ha elevado a los cielos arrasando antes los árboles que crecían en medio de las plataneras. 

Bajo las moles de Copherfam - que se reproducen en las laderas sin verdor del Polvorin- el único superviviente arbóreo de las acciones camineras de Obras Públicas, un centenario eucalipto, se mantiene quieto, con miedo a desaparecer, en el único solar no construido al borde del antiguo camino vecinal de Mata, después carretera del Norte y hoy calle trasera de la gran corriente de coches a cuatro carriles que tapiza el antiguo barranquillo.
No tiene desperdicio levantar la mirada hacia la trama viaria del barrio de San Antonio, la otra colina ciudadana, donde la urbe no pasa de los tres pisos de altura y que deja ver, más allá, el otro tramo litoral almenado por las torres de 12 plantas de la Avenida Maritima y el coloso del Edificio Granca que asciende hasta el  piso 20.

Tímidas, algunas palmeras se alzan en medio de esta masa edificada. Hacia el oeste el pulmón de Las Rehoyas se rodea con la urbanizacion de Miller Bajo y el skyline desde los Ayacuchos- Schamann-Escaleritas nos habla de los colonos del interior que se afincaron en aquellas tierras polvorientas de cardones y tabaibas. Una mole gris inacabada se eleva sobre todas  ellas. El judicializado Canódromo espera las decisiones de los jueces, altivo en esta conurbación.
Llego a la divisoria de cuencas y me extasio con las vistas hacia las cumbres de la isla que se presentan. A la derecha, Lomo Apolinario, delante los bloques adosados de San Fco. Javier. Edificios con aire de años 60 que esperan su reforma con antenas  de la Tv en byn que habiamos olvidado. Hay mas parabólicas en un bidonville marroqui que en esta isla menor capitalina. 
Por entre los pasillos de estas moles se vislumbra un valle fértil y verde. El Guiniguada ofrece desde aqui su mejor perspectiva, como el gran bulevar de esta capital, resistiendose al empuje de las laderas urbanizadas que tiran sus desechos a esta joya natural.Resistente y tenaz no quiete desaparecer del mismo modo que el cauce de Mata. Pero ya se atisban proyectos y viarios para su gris futuro.
Descendemos hacia el Real del Castillo, una empinada travesia estrecha y bordeada de pequeñas casas con vistas al gran cielo insular. La grandiosidad de esta isla, desde el Pambaso hasta la Cumbre, se disfruta desde esta atalaya. Cielo espléndido, con San Juan y San Roque hacia el sur y abajo  las últimas fincas tropicales de la ciudad. Plataneras, mangos y papayeros se arreblujan unidos bajo la calle. 
Paquito, vecino del barrio, madrugador con su perro pizpireta al lado, revive el pasado crudo de su biografia. Padre a Venezuela. Madre con tres bocas que alimentar. Cuenta como dejó la escuela y se fue a trabajar de chiquillo a aquellas plataneras donde el encargado advirtió a sus compañeros de faena : "al chiquillo no le llenen mucho el cesto". 

Delante nuestro un hermosisimo y exótico ejemplar de mata de algodón luce sus bolas blancas de nieve y sus espiraladas flores amarillas. Peculiar contraste frente a esta mañana azul, en medio de un barrio sin parque. Se demuestra otra vez la pasión ciudadana por las flores, abandonada ya toda esperanza en la buena gestión municipal de la belleza. 
Llegamos por fin a la Ermita de San Nicolás, rincón sagrado y centenario, donde un fortalecido ficus nos hermana con los vecinos del pasado. Una foto añeja nos recuerda a un juvenil brinzal de este árbol, plantado a principios de 1900, que ha sobrevivido al agitar continuo de la historia a su sombra. 
Nos reconcilia con la ciudad este final feliz arbóreo. Hay rincones que nunca debieran cambiar. Como sombras donde resguardar las ilusiones. Donde refrescar el alma. Donde superar lo humano y sentirse, como este ficus centenario de San Nicolás, protegido por lo más sagrado.

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