sábado, 12 de noviembre de 2022

200. En recuerdo de Isabel Nuñez, Dríade del azufaifo/gingoler del Carrer Arimón...


Subía esperanzado. Esperaba, con mi libro bajo el brazo, encontrar a la autora. Pedirle un autógrafo. La conocía de estos días. Su libro "Mis Postales de Barcelona" me lo había "zampado" en un par de días. Escribía como me gusta. Textos cortos. Intimistas. Personales. Desgranando su vida, desde su infancia, recreando lugares comunes y llenándolos de vida e historia.
Con ella, conocí otras esquinas de Barcelona. Cobraban historia rincones, fachadas, calles, árboles que antes eran puro silencio, imágenes sin contexto...
Buscamos el carrer Arimón, tras la historia de un árbol que en un principio creía talado por la especulación. Mientras nos acercábamos a él de la mano de sus referencias cartográficas, llegamos a la calle Hezergovina, subimos al parque Monterols, allí probamos los dulces y rojos frutos de un madroño, en un parque diseño de Rubió i Tuduri continuado por Luis Ruidor, heredero de la teoría de sus jardines mediterráneos y latinos.
Dimos la vuelta a ese parque, lleno de vida ciudadana, como todos los de esta ciudad. Unos jóvenes enamoraban a la sombra de una encina catalogada. Una madre con su hijo paseaban a su pequeño perro que, suelto, deambulaba a la búsqueda de sus colegas...

Un juvenil adolescente hacia rebotar un balón de baloncesto frente a un aro...
Después, bajamos Hezergovina hasta su contacto con la calle Camps. Recuperamos su referencia a la "Posada del Demoni". Preguntamos por la ruta hacia Arimón. Y un trabajador del servicio de limpieza nos orientó. "Bajen hacia General Mitre, sigan la calle Mandri y se cruzaran con ella".
La encontramos y subimos por ella. En un cruce de calles con dos buenas terrazas en los chaflanes (La Royale y el Guayoyo) creí adivinar la esquina donde vivió el azufaifo. Pero continuamos subiendo.
Y ¡¡allí estaba¡¡ 
No había caido. El jinjolero de Isabel Nuñez seguía allí. 200 años de vida lo cobijaban. La dríade del azufaifo había movilizado el barrio, había convencido al alcalde Trías de permutar un solar edificable por un jardín de salvaguarda del árbol y un local con equipamientos de servicios sociales.
La alegría por el hallazgo se transformó en tristeza al ver la placa que recordaba la labor de Isabel en pro del árbol. Con la fecha de su muerte en 2012. Con 55 años. Ahora sé que víctima de un cáncer.
Ufff. 
Memento mori.
Hoy me acompañan desde mi galería una mañana lluviosa y gris. Triste inicio de octubre. Repican gotas de lluvia en los ventanales. Gente abrigada y con paraguas cruzan Joanic.
Encoge el alma que todas estas escenas mundanas sean tan efímeras. Todo parece dispuesto para serlo. Nosotros. Los árboles. Esos edificios de ahí enfrente. Esas nubes pasajeras. Hay un reflejo de la lluvia en un tejado cercano. También será una vista efímera.

                           
 Me apena no poder mirar a los ojos a esta dríade que tenía rasgos de alma gemela. Defensora de lo efímero, de la belleza de un árbol. De su capacidad para sanarnos. Sólo queda reforzar su memoria. Releer sus textos. Pasear de su mano por aquellos lugares que ella recogió en sus escritos. Dándoles vida e historia a tantas esquinas de esta amable ciudad que ahora nos acoge.
                                          


1 comentario:

  1. Hola Carlos,
    Soy el hijo de Isabel, mi padre ha encontrado tu post y me lo ha mandado. Creo que nos conocimos el pasado noviembre, en el homenaje que le hicimos a mi madre en la Biblioteca Joan Maragall, puede ser?
    En cualquier caso, gracias por este texto, me ha emocionado leerlo. Y qué bonitas fotos del azufaifo.
    Para mí es muy confortante que siga habiendo gente recordando (y descubriendo) a Isabel, a sus textos y a su azufaifo.
    Un abrazo.

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