Hoy he tenido que superar mi miedo a la soledad del viajero.
Es lo que Bowles describe en Bautismo de soledad.
“Tanto si es la primera vez que vas al Sahara como si es la décima, lo primero que percibes de inmediato es el silencio.
Si estás fuera de una población, un silencio increíble, absoluto, y si no, incluso en lugares bulliciosos como un mercado, algo callado en el aire.
Si dejas atrás la puerta del fortín o del pueblo y, pasando ante los camellos que están tendidos fuera, subes a las dunas o sales al llano duro y pedregoso y te quedas un momento de pie, solo, al cabo de un rato, o bien sientes un escalofrío y vuelves corriendo dentro del fuerte o te quedas fuera y dejas que te ocurra algo muy curioso, algo que han experimentado todos los que viven allí y que los franceses llaman le bapteme de la solitude.
Es una sensación única y no tiene nada que ver con la sensación de soledad, porque esto presupone una memoria.
Aquí, en este paisaje absolutamente mineral iluminado por estrellas como llamaradas desaparece incluso la memoria; no queda nada más que tu propio aliento y el palpitar de los latidos de tu corazón. En tu interior se inicia un proceso extraño de reintegración, que no es en absoluto agradable, y puede ocurrir que trates de combatirlo e insistas en seguir siendo la persona que siempre has sido o que dejes que siga su curso.
Porque nadie que haya permanecido en el Sahara durante algún tiempo sigue siendo la misma persona que cuando fue allí."
Pudo más la fuerza de la búsqueda, la necesidad de encontrar-me que el miedo a irme solo al Sáhara.
Quizás ya sea un síntoma de madurez.
Pero ¿ y esos cabreros y ganaderos solitarios que he visto solos con sus rebaños, atravesando las dunas del final de Zagora?
Quizás aquí se entiende la función de un animal de compañía, un perro, alguien a quien tener de referencia viva.
Pero Mecié Monod, con sus 92 años encima, meciéndose en su silla tuareg, me ha tranquilizado con su deambular tranquilo en el camello que nos guía a través de las dunas:
-¿En qué piensas ahora, peregrino solitario, aquí expuesto al más violento sol, en lo alto de tu camello, clavado entre el cielo y la tierra?
¿Meditas tal vez?
¿Piensas en la dirección de tu vida, en tus faltas pasadas?
¿O quizás estés rezando?
-Mecié Monod: en realidad estaba hablándole a los dorados rayos de Selene, queriendo que ella me acoga y responda a mis preguntas, quizás buscando una solución a la ignorancia de actuar.
-¡Amigo mío¡. Eso es un error. ¡¡Aquí, solo piense, solo puede pensar en limonadas muy frías, en bebidas frescas y gaseosas, en cubitos de hielo que se funden suavemente y se redondean fundiéndose allí entre los hombres, en grandes vasos de gaseosa.¡¡
Al final, le he hecho caso a Mecié Monod.
He recordado que hoy es 28 de diciembre y después de esta inocentada literaria he tomado de mi biblioteca su libro Camelladas: Exploraciones por el verdadero Sáhara y el de Paul Bowles Cuentos del Desierto y he bajado, con ellos bajo el brazo, al bar de mi calle a probar el refrescante y delicioso frescor de una buena limonada mañanera mientras siento en mi cara el sofocante y seco viento del desierto..¡¡jejeje¡
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