El cielo estaba despegado en este lunes de octubre
en el que partimos de nuevo para las islas. El ritual del vuelo siempre nos engancha. Salida
hacia la pista LEFT, dirección Casteldefels, ventanilla izquierda,
asiento 34A.
Todo preparado para otro vuelo descubridor de
paisajes inéditos y aventuras aero-geológicas. No sé porque aún
nadie ha patentado los tours aero-geológicos sobre un territorio tan
espectacular y variado como el de la Península Ibérica.
Grandiosos panoramas geomorfológicos se desplazan
bajo nosotros a una velocidad agradable permitiendo recrearte en los
detalles, regresar con la mirada a esa estructura inexplicable que se
aleja bajo tus pies, mientras estás sentado agradablemente.
Las nubes marítimas se frenan en las sierras
prelitorales al dejar atrás la costa de Tarragona, donde los
conjuntos industriales de las centrales nucleares de Vandellós
surgen amenazadoras cerca de la zona urbana de Calafat.
Las nieblas que se disipan al frente de este mar
de nubes se recortan en los perfiles de las cordilleras y sierras que
se levantan en torno a la fosa del Ebro, que se estira contra el
fondo del relieve como una serpiente plateada que baja hacia su
delta.
De repente, entramos en una geomorfología
abigarrada de viejos macizos hercinianos, arrugados y deformados por
líneas de sinclinales y anticlinales, que se apretujan como una
tarta escachada contra el suelo Estas montañas ibéricas, en contacto con el
prelitoral catalánido, son una joya paisajística. Ningún recorrido
geológico a pie le hará nunca la justicia adecuada a estas
maravillosas geoformas.
Bien decía Saint-Exupery que el avión es el
mejor modo de reconocer las bellezas de la Tierra.
Las calizas en forma de tarta que se quedan atrás,
recortadas contra las masas vegetales oscuras que solo las dejan
entrever, permiten disfrutar de pequeños macizos montserratianos,
con estructuras redondeadas como las que se observan en el estrecho
de Arnés.
Parque Natural de Los Puertos
La Sierra de Albarracín, el Maestrazgo aragonés,
se despliega como un inmenso cuadro de Antonio López aún por
dibujar. Extensos altiplanos y montañas, dignos muestrarios del
Cretácico y del Jurásico ibérico se explican abiertamente deseosos
de ser interpretados. Fuerzas descomunales, contradictorias, después
rellenas y desalojadas por la fuerza del clima y la hidrología te
llevan de la mano.
Este macizo de la Sierra de Albarracín es un
castillo geológico inexpugnable. Encajado entre la depresión del
Ebro y el altiplano gélido de la Fosa de Teruel te muestran
analogías que te parecen al principio inexplicables. Desde estas
alturas, sus calizas arrugas parecen surcos de cultivos de los
dioses, hendiduras y cicatrices de un casco de hierro que se hunden
centenares de metros en este llano creado por las fuerzas históricas
de las aguas y ríos de esta sierra.
¿Qué es esa montaña con forma y rebordes de
Patella que se eleva frente al caserío aragonés de Ejulve?
¿Qué son esos extraños hoyos, inmensos, que te
recuerdan a fosas o canteras alineadas ahí abajo en Bronchales?
Las respuestas llegaran en casa cuando descubres
que esas morfologías responden a ambientes morfoclimáticos
periglaciales o a modelados kársticos que se presentan en forma de
hoyones, dolinas y pozas al igual que si fueran jameos de coladas
volcánicas canarias.
Los llanos turolenses muestran la fuerza del
modelado detrítico representado en esas morfologías de manos con
lomos y cárcavas que se rodean de los colores rojos de las arcillas
terciarias, rojizas, y que se te presentan en los bordes de los ríos
fluviales y mansos que bajan por este valle.
Alfambra, en la cabecera del cauce que fluye hacia
el oeste, te lo explica en su nombre. Al Hambra, voz árabe que se
traduce como La Roja, ciudad del páramo turolense que se rodea de
esta pátina de tonos rojos indescriptibles.
Pdt: Reseña del vuelo del Lunes, 6 de octubre 2019.