Lo primero fue salir a disfrutar de los tonos naranjas de los ramilletes de támaras y dátiles de las palmeras de mi ciudad buscando la raigambre de su nombre.
Tenemos la suerte de vivir en lo que antes fue un palmeral, del que se recrean aún retales en microrincones urbanos desde Vegueta al Parque de Santa Catalina, y donde la introducción de palmas datileras en convivencia con las canarias hace que aún hoy nos podamos recrear en los bellos tonos anaranjados que los frondes e inflorescencias de las palmas hembras de las dos especies nos brindan.
Me llevo al paseo el descubrimiento de un cuadro de Joaquín Sorolla: Elche, el palmeral donde refleja la luz de los grandiosos y serenos palmerales de Elche con la recolecta de los dátiles como tema y del que el mismo autor afirma “la monotonía de los troncos de las palmeras con los dátiles resulta deliciosa de color; es una gama ex profeso para que los dátiles tomen un color más hermoso que el mismo naranjo”.
Y en el paseo por los rincones de la plazoleta de Perojo, de la Plaza de La Feria o del Parque Doramas, descubrí que el deleite para los sentidos de estas hermosas combinaciones de colores y tonos no solo eran espirituales sino que también eran la base de alimentación para la avifauna urbana: tórtolas, mirlos, horneros, herrerillos y gorriones compartían conmigo la mañana atirrobándose de los almíbares de las támaras y dátiles algunos ya más que maduros.
Y el hermanamiento de los palmerales de Sorolla con los de nuestra ciudad llegó de la vigilante y atenta figura de nuestro paisano Benito Pérez Galdós, cuya imagen más universal es el cuadro pintando en 1864 por este mismo autor.
Allí está su estatua en la Plaza de La Feria, adornada por un ejemplar macho de palma canaria, vigilante de todas las que con él conviven en este parque ciudadano. Más tarde, el paseo por mi ciudad se me avinagró cual si hubiese tomado un dátil más que pasado pero eso…. ¡¡es otra historia¡¡
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